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  Educación para el crecimiento
 

Educación para el crecimiento

Víctor Marley
Pastor y Director de los Ministerios de la Familia
Unión de Noruega, División Transeuropea.

“Saben también que a cada uno de ustedes lo hemos tratado como trata un padre a sus propios hijos. Los hemos animado, consolado y exhortado a llevar una vida digna de Dios, que los llama a su reino y a su gloria”. (1 Tesalonicenses 2:11-12 NVI).

 Cuando una mujer desesperada, usada y acusada fue arrojada a los pies de Jesús por algunos “líderes de la iglesia” quienes estaban intentando entramparlo, el Salvador miró a ella. ¿Qué Él vio? Él podía haber visto los pecados en los cuales ella estaba involucrada. Él podía haber visto el pasado de ella con los maestros de la ley y con los fariseos que estaban intentando provocar un incidente. Él podía haber visto la sentencia de la ley y ver como ella sería condenada. En vez de eso, Él se centró en el espíritu de la ley. Él vio a una mujer que podía ser rescatada por ese espíritu. Él optó ver en ella a una hija de Dios con un gran potencial de cre-cimiento.

 Jesús sabía que cada padre cristiano debería saber – que cada hijo es un hijo de Dios. Qué cada hijo vale su sacrificio. Que cada hijo es llamado al reino de gloria de Dios (1 Tesalonicenses 2:11).

 En todos los evangelios, usted encuentra a Jesús viendo el potencial de aquellas personas de quienes nadie se importaba. Cuando todos estaban ocupados en detener el paso de Zaqueo, Jesús lo invitó – a su reino con efectos dramáticos.

 ¿Dónde encontró Jesús a sus discípulos? Los encontró entre los marginados del sistema educacional de los judíos – unos que no habían pasado la prueba, quienes no habían sido escogidos para obtener el gran nombre Rabí. ¿Por qué? No porque Él no podía conseguir a otros, sino porque Jesús venía a demostrar algo diferente – que todos los individuos valen, que Dios ve el valor aún en el estudiante fracasado.

La necesidad más profunda de los niños

 En un mundo en el cual la imagen parece estar ejerciendo una enorme presión en nuestros hijos – presión para conseguir el éxito, para obtener una educación, para comportarse, para parecer delgado o atlético, para usar modales correctos; las posibilidades de fracaso son muy altas en estos días con tales criterios basados en imágenes. La probabilidad de no estar a la altura de las circunstancias, es más grande que nunca.

 Pareciera que los niños nunca han visto como buenas las grandes áreas del mundo. Hay más oportunidades, más dinero, más cosas, sin embargo las encuestas muestran que aunque ellos saben que deben sentirse felices, no lo son. Si usted les pregunta, ellos dirán que piensan que son felices, pero hay altas proporciones de soledad, que se manifiestan en problemas de autoeliminación, de comportamiento y de suicidio.

 Ser realmente vistos por los padres. ¿Por qué? Pues bien, todas las oportunidades, cosas y juguetes en el mundo no pueden reemplazar la sensación de ser vistos, realmente vistos, por alguien que realmente le importa. Y por supuesto, que los niños quieren realmente ser vistos por las personas que son sus padres. Todo el mundo parece saber que, todavía los pa-trones familiares son tales, que es más fácil decirlo que hacerlo. Ambos padres a menudo trabajan; ambos con frecuencia regresan al hogar cansados. Las tareas del hogar están esperando; la TV o los videojuegos son las alternativas más fáciles para interrelacionarse con los hijos.

 Recientemente, tuvimos una noche familiar en nuestra casa. No hicimos nada especial – tuvimos la cena, prendimos las velas, leímos una historia e hicimos un juego. El punto era estar juntos. De repente, nuestro hijo de seis años, junto con su hermano de tres y su hermanita dijeron emocionados, “Esta es la mejor noche que hemos tenido en la vida”. Lágrimas cayeron de mis ojos al pensar sobre cuán simple era esto y cuán raras veces logramos hacerlo, debido a nuestros programas llenos de cosas. Vivimos en Noruega y no queremos por nada, pasar por alto el tiempo de estar juntos como la familia. También pensé en Apocalipsis 3:17, “Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo.

 Lo que mis hijos quieren, lo que cada niño y niña quieren y necesitan más, es ser notados, ser vistos especialmente por sus padres. Lo más importante es que nuestros hijos sean valorados por quienes los criamos y educamos, con un ambiente donde pueden crecer, prosperar y llegar a ser las personas para lo cual ellos fueron creados.

 Jesús entendía esto. Entendía el poder de una relación íntima. Entendía el poder de pararse en los zapatos de otro. Como consecuencia, las vidas fueron cambiando. Los sufridos encontraron alegría, los perdidos encontraron la dirección, los desolados encontraron esperanza.

Principios de Pablo sobre la crianza de los niños

 El apóstol Pablo era otro que entendía estos principios de la gracia. Nosotros no conocemos realmente mucho sobre la vida personal de Pablo, si estaba casado o tenía hijos. Hubiera sido raro para un miembro del Sanedrín no tener una esposa. Hay una especulación sobre si su esposa lo dejó cuando él se convirtió al cristianismo. En cualquier caso, pareciera que él comprendía muy bien lo que significaba ser un padre y lo que los hijos necesitan. Puede ser que él lo aprendió a través de su propia experiencia de gracia con Jesús. Si Pablo tuvo hijos o no, es a él a quien recurrimos para ver tres principios importantes sobre la crianza que fomentan el crecimiento espiritual y social en todas las personas, y especialmente en los hijos.

 En 1 Tesalonicenses Pablo compara la forma que él se relaciona con la iglesia, a la forma como un buen padre se relaciona con sus hijos. “Saben también que a cada uno de ustedes lo hemos tratado como trata un padre a sus propios hijos. Los hemos animado, consolado y exhortado a llevar una vida digna de Dios, que los llama a su reino y a su gloria”. (1 Tesalonicenses 2:11-12 NVI). Es un versículo simple a la vista, pero también ¡muy profundo! Es el resumen de cómo Jesús trató a su pueblo una y otra vez. Hay un proceso descrito en este versículo que es la clave para el crecimiento de las personas. Esto es, cómo el reino de Dios debería funcionar en las familias y en las iglesias. Observemos más detalles:

 Animar. La primera actitud que Pablo se explaya como un padre, es animar. Con frecuencia pensamos que animar es gritar desde un costado del campo, “¡Vamos, vamos! ¡Tú puedes!”, o decir algunas palabras antes de un examen, “¡Lo harás bien! has estudiado bastante.”
 
 Algunos padres no son muy buenos animadores. Quizás ellos crecieron en hogares donde no se hablaban muchas cosas positivas, entonces creen que “animar” a sus hijos es recoger las fallas y eludir lo positivo, “¿Por qué hiciste eso?”, “Si tú puedes ser mejor”, “Hay notas buenas, pero ¿qué pasó con matemáticas?”. Como padres, necesitamos ser cuidadosos que nuestro animar, no sea sólo una pobre crítica disimulada. 

 Sin embargo, hay un discernimiento que animar no es tanto lo que usted dice, sino lo que usted es y lo que hace. En un reciente seminario que asistí, el Dr. Daniel Duda explicó que en el lenguaje bíblico original, el concepto de animar, tiene que ver más con escuchar, que con hablar. Cuando pienso al respecto, me doy cuenta cuán verdadero es. ¿Qué puede ser más animador, sentir que alguien te ha escuchado, o sentir que te han entendido?

 Cuando los niños aprenden a hablar, tienen palabras que solo ellos saben lo que quieren decir, pero no siempre pueden formar o expresar palabras de una manera que los adultos, incluso los padres, pueden entender. Cuando nuestros hijos expresaban esas frases o palabras, recuerdo cuán desmoralizados, desanimados y frustrados se sentían cuando decían algo que nadie entendíamos. Algunas veces ellos lloraban, otras veces se enojaban e irritaban. La sen-sación de no ser entendido es una de las cosas más desalentadoras. Aunque tendemos a ocultar los sentimientos desalentadores, cuando envejecemos, ellos aún están allí. Cuando analizo mi frustrado primer año de edad, pienso, “Sé como te sientes”.

 De modo opuesto, el más grande aliento es ser entendido. Algunas veces las palabras no son necesarias. Sólo toma a tu hijo en tus brazos cuando sabes que se ha caído – eso es animarlo. Esto es facultarlos para que se mantengan en la “lucha otro día” como decimos.

 Confortar. La segunda cualidad que Pablo demostró a los Tesalonicenses, como un padre para con sus hijos, es confortar. ¿Has sido confortado por alguien que simplemente no te entiende? Las intenciones pueden ser buenas, pero se siente un vacío de alguna manera. Pablo manifiesta que el entendimiento y el ánimo deben estar vinculados en la vida familiar. Él señala que animar es una parte importante del proceso de la crianza. Escuchar es quizás el aspecto más importante de animar. Solamente escuchando y verdaderamente escuchando, es que se puede entender. Y sólo cuando entiendes es que verdaderamente puedes confortar.  Confortar es como viajar con una persona en sus desafíos, alegrías y dolores.

 Cuando algunas veces, durante la crianza, hay necesidad de mostrar desaprobación por la mala conducta, parece interponerse la forma de mostrar consuelo. Sin embargo, consuelo no es aprobación, sino aceptación. Cuando usted piensa en esto, la aprobación realmente tiene que ver con usted como padre, y la aceptación es con su hijo. La aprobación tiene que ver con la sentencia por el comportamiento o merecimiento de alguien, mientras que la aceptación está centrada en el valor intrínseco de la otra persona como un ser humano.

 ¿Cuál es la actitud de Dios? La actitud de Dios hacia nosotros no depende de nuestro desempeño. Por eso podemos crecer en gracia. Como padres, tenemos que hacer lo mismo con nuestros hijos. El crecimiento de nuestros hijos y de hecho toda su experiencia con Dios, depende de su gracia. Un niño que es aceptado, está seguro y firme, y probablemente crecerá con un sentido de responsabilidad y de valor. Los niños hoy en día son bombardeados por mensajes contrarios, pero los padres son aún la influencia número uno en ellos. Los padres tenemos la oportunidad de mostrarles la verdad, que ellos son seres humanos únicos y maravillosos con gran potencial para el reino de Dios. Primero tratemos de alentar y escuchar, luego consolemos, aceptemos, identifiquemos y mostremos que hemos entendido.

 Exhortar. El tercer aspecto de la crianza que Pablo presenta en 1 Tesalonicenses 2:12 es exhortar. Esta es una parte del proceso en que estamos generalmente impacientes por hacer. Normalmente, nosotros somos muy impacientes. Si vemos algo equivocado en la vida de nuestros hijos, o algo que nos preocupa, queremos enseguida intervenir y arreglar. Queremos asesorar y solucionar todo tan pronto como sea posible. Nos duele ver a nuestros hijos luchando, y es muy tentador dar un salto por encima y sobrepasar los dos primeros pasos – alentar y con-fortar, y vamos directamente a la exhortación. Asumimos que sabemos lo que está ocurriendo, que entendemos y vamos bien armados, como dice el proverbio “un elefante en una tienda de porcelanas”.

 Tenemos una tendencia de hacer lo que los otros hacen en la iglesia. Con frecuencia no podemos esperar la 3ra parte de la exhortación, para poner en línea a las personas. Olvidamos que, si alguien tiene que cambiar, tiene que estar dispuesto a hacerlo. Usted cree que Zaqueo hubiera cambiado si Jesús lo hubiera mirado arriba en el árbol y dicho, “¡Hey, hombre! yo sé lo que quieres y creo que debes hacer algo al respecto”. No, Zaqueo probablemente ya lo había experimentado, de la misma manera como él tenía la condenación de las personas desde hacía muchos años. Esto tomó una demostración de entendimiento y una tarde de escuchar a Jesús, antes que Zaqueo estuviera listo para el cambio. Lo mismo fue con la mujer capturada en adulterio y con la mujer samaritana en el pozo – la exhortación siempre viene después de alentar y consolar.

 Por lo tanto si en la crianza empujamos las cosas muy rápidamente y no ocurre el cambio, es porque nuestros hijos no han sido ayudados a entender el problema, o su propia solución. Sí, nosotros tenemos una responsabilidad de “animarlos” a “vivir vidas dignas de Dios”. Pero para vivir una vida digna, uno necesita sentirse valorado. Para poder extendernos hacia esa meta, un niño tiene que sentirse aceptado – aún con sus fracasos. Estos son los fundamentos para el crecimiento.

 Tenemos una responsabilidad de asegurarnos que nuestros hijos conozcan que ellos están llamados para el reino de Dios. El atractivo de ese reino debe ser presentado por los padres y los abuelos, los tíos y las tías y los amigos. Es decir, la vida modelada por ellos ante nuestros jóvenes. La belleza de ese reino, por supuesto, es la gracia, la paciencia y el amor de Dios. Este es un reino centrado en las necesidades de los “otros” mediante el principio del servicio. Jesús lo modeló toda su vida, quizás muy vívidamente cuando lavó los pies de Pedro, quién lo negaría poco después, y de Judas que ya lo había traicionado. Él aún los amaba, los esperó y los aceptó, aunque solamente uno de ellos respondió y como resultado creció.

 Como padres, ¿podemos ser amorosos, aceptadores y con esperanza? Con seguridad hay un tiempo para exhortar, para instar. Exhortar y enseñar son una parte importante de nuestra responsabilidad como padres (Deuteronomio 6:4-9). Pero como Jesús lo demostró y Pablo lo enseñó tan elocuentemente, bien podríamos encontrar que nuestras exhortaciones caigan en oídos sordos, si no escuchamos y entendemos, animamos y confortamos primero.

Conclusión

 Cuando veo mi vida pasada, me doy cuenta que crecí más espiritual y emocionalmente en aquellos momentos cuando experimenté la gracia, la gracia real, procedente de personas reales quienes escucharon y entendieron, quienes me aceptaron aún cuando yo no me aceptaba por mi misma. Fue mediante aquellos gigantes espirituales en mi vida, que yo experimenté la gracia de Jesús de primera mano. Eso cambió mi vida. Yo quiero que mis hijos experimenten lo mismo en mi hogar, y también es mi deseo para los niños de nuestra iglesia, ¿no lo deseas tú?

  “Saben también que a cada uno de ustedes lo hemos tratado como trata un padre a sus propios hijos. Los hemos animado, consolado y exhortado a llevar una vida digna de Dios, que los llama a su reino y a su gloria”. (1 Tesalonicenses 2:11-12 NVI).

 Que Dios nos guíe como padres para poner en práctica los principios que Él nos ha dado.

 
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